La pasada semana la empecé releyendo un artículo de El País titulado: “Las cicatrices emocionales que deja el acné en las mujeres adultas”
Me pareció un gran paso que un medio generalista hablara sobre el impacto emocional de un problema de la piel, sin caer en el victimismo. Este tipo de artículos pueden ayudar mucho a concienciar a la población, ya no a los propios pacientes. Porque la calidad de vida queda resentida, esto es así.
Hay un párrafo que dice lo siguiente:
Un reciente estudio científico intentó cuantificar esa inseguridad y resolvió que las mujeres adultas con acné son más propensas a padecer problemas de depresión, ansiedad y aislamiento social.[…]
Al final, rosácea y acné no son lo mismo, y sus condiciones son distintas, pero a nivel de estigma nos podemos ver muy reflejadas. En mi caso, además, la rosácea ha ido normalmente acompañada de rojeces y pápulas.